13 febrero 2006

En las profundidades de la pachamama

Día 7 - 5 de enero de 2006 – Mina Rosario, Cerro Rico – Potosí, Bolivia:
Nico y yo nos levantamos temprano para desayunar, ya que la movilidad privada nos pasaría a buscar alrededor de las 9 de la mañana, mientras que Mr. White optó por la opción B: 10 minutos más de cama, un chocolate y un yogurth (cuya cadena de frio seguramente fue rota tantas veces que ya era ricota). A las 9:15 pasó la combi de 4 metros de largo y con una capacidad para unas 30 personas (obviamente el espacio entre asientos alcanzaba para que un nene de 4 años entrara con las piernas cruzadas) diseñada por el mismo arquitecto enano que diseña las puertas. En la movilidad se encontraban Ariel y Rosario, los porteños con los que habiamos arreglado el tour el día anterior, y al rato pasamos a buscar a Leticia y Luciana, quienes se sumarían (esporádicamente) a nuestra cruzada por Bolivia hasta la Isla del Sol. La movilidad nos movió hasta la agencia donde procedimos a conocer a las guías y a calzarnos unos mamelucos amarillo fluo ultra fashion con sus respectivos cascos y botas. Volvimos a la nunca mejor llamada MINI van y nos trasladaron hacia el cerro Rico donde comenzaría el tour. Lo primero que visitamos fue el mercado minero donde nos invitaron a comprar ofrendas para los mineros, lo cual en el momento fue algo incomodo porque más que invitación fue una obligación (aunque más tarde al observar como trabajaban hubiesemos comprado 9 kg de helado de persicco para darles). En definitiva compramos el super combo que incluía una gaseosa, unos cigarros mineros, hojas de coca, y otras cosillas que ahora no recuerdo. Luego nos llevaron al negocio de dinamita donde nos invitaron a comprar un cartucho para detonarlo y ver la explosión, obviamente gatillamos ahi también. Finalmente el tour costó algunos bolivianos más de lo que nos habían dicho en un principio, sin embargo todo valió la pena.
Volvimos a la movilidad y comenzó la subida a lo que sería el punto más alto de todo el viaje: la entrada a la Mina Rosario en el cerro Rico de Potosí a 4500 metros sobre el nivel del mar. Llegamos a la entrada a las minas y la guía nos relato algunos sucesos de la época de la colonia, los sistemas a través de los cual se explotaba a los nativos americanos, la cantidad de vidas que se habían cobrado las minas, la cantidad de plata que se había enviado a europa pero todo se resumía en una metáfora con la cual cerró esta introducción: se dice que con la plata que se extrajo de Potosí se podía construir un puente desde esta ciudad hasta Madrid, y otro se podía haber construido con los huesos de los indigenas muertos para extraer ese metal. Siempre escuchamos las historias de las minas de Potosi pero es mucho más duro y vivido escucharlo de alguien descendiente de indigenas y estando en las minas mismas. Conmovidos por el relato y apunados por la altura comenzamos el descenso hacia las profundidades de la mina Rosario. El tunel por el cual caminabamos tenía unos 120 cms de ancho (a lo sumo) y por momentos tendría lo mismo de altura, por lo cual se generaba una cierta sensación claustrofóbica, a eso se suma que por el medio de este camino había unos rieles por los cuales la guía nos había anunciado que, cada tanto, pasaban carros llenos de piedras y no se podían detener, por lo que trataría de avisarnos. Realmente es muy dificil describir la sensación que se vive dentro de las minas. El encierro es absoluto, el aire por momentos es muy denso, la luz artificial escasea, es decir, las condiciones para un visitante no son acogedoras pero en ese momento poco importa: tras el relato de nuestra guía solo pensabamos en como sería trabajar 10 horas por día todos los días de la semana durante 50 años, esto hacia que todo agobio fuera dejado de lado. Cada tanto la guía avisaba que había que apurar la marcha porque se acercaba un carro que no podría frenar. Algunas veces nos encontrabamos en lugares relativamente amplios y esperabamos que el carro pasara. En otras oportunidades se caminaba en cuclillas, con 30 centimetros de margen hacia cada costado y el miedo se apoderaba de nosotros, debiamos apurarnos a llegar a algún lugar donde hubiese margen para dejar pasar el carro. En una oportunidad dejamos pasar un carro que debe haber circulado a unos 30 km por hora.
Finalmente, tras pasar por un diminuto tunel (en el que por suerte no había rieles) llegamos al lugar donde los mineros realizan sus rituales al "dios" de la mina, el Tío. Una especie de diablo al que se le realizan ofrendas con el fin de obtener protección dentro de las minas: coca, alcohol, cigarrillos e incluso fetos de llamas. La historia del nombre de este dios es bastante curiosa. Los españoles impusieron este ser para que "controlara" a los indigenas durante su trabajo dentro de las minas, ya que ni siquiera querían ingresar para supervisar los trabajos que se realizaban. Los españoles lo impusieron como el Dios, pero los indigenas no contaban con la letra D en su lengua, y la letra que más se parecía era la T (el Dios = el Tío). Los indigenas lo adoptaron como el ser que genera todo lo que sucede dentro de las minas, y aún es el día de hoy que se le realizan todo tipo de ofrendas para obtener su protección. En la foto se observa el grupo (Julián, Gonzalo, Nicolás, Leticia, Helen (la guía), el Tío (que estaba contento de vernos), Rosario y Luciana. Ariel tomó la fotografía.
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